Once
Dos tazas de té, cada una distinta
en una mesa
sencillamente bella.
Individuales de plástico,
un colador
pesca las hojas que tiñen
el agua
caliente en el fondo de la taza
esperando la
hervida que salta chispeante de la tetera.
“Venga a tomar once
que tengo pan amasado
calientito y recién salido del
horno.”
Me invita una dama mapuche
cuando visito
su ruca en las faldas
del
Villarrica.
Un poco de mantequilla para untar al
pan
que se
derrite y me corre por los dedos.
Saboreo un festín más exquisito que
los manjares
en la mesa de un rey.
Yo soy huinca, invasora, extranjera,
de la raza que conquista
Y tengo hambre.
Hambre de sonrisa.
Hambre de bienvenida.
Hambre de hogar.
Pasé a tu casa y me recibiste.
Pasé a tu mesa y me diste de comer.
Pasé a la hora de once, y me serviste.
Y en tardes solitarias, lejos de
tierras sureñas,
cuando la nostalgia
estruja lágrimas y sales de recuerdos
y
la cacofonía de voces vendiendo, comprando,
exigiendo,
rogando, denigrando,
compiten
por ganarme la atención
ensordeciendo
los trinos de me alma enjaulada,
cierro mis
ojos y salto los charcos
en la huella
que va a Campo Alegre.
En el ritmo de la llovizna
distingo la tonadita de su forma de
hablar
invitándome
a mi y a todos los hambrientos de
anulén,
paz en este
país,
a pasar a su mesa
a partir el pan, y
a beber una tacita de té.
Elena Huegel
25 de agosto
2009