CUENTO:
Demos gracias en todo
Había una
vez en pueblo Africano, una mujer cristiana quien tenía tres hijas. Linda, la mayor, tenía unos 15 años de edad
mientras que Numsa, la Segunda hija, tenia 12 años. Nala, la más pequeña tenía solamente 6 años.
Un día, después
de varios días de estar encerradas en la casa porque el mal tiempo y las
lluvias no permitían salir, las tres hermanas comenzaron a pelearse y
quejarse. Una le molestaba a la otra,
otra le gritaba a una, y así siguieron hasta que todas tenían los nervios de
punta. La mama, fastidiada ya con el
comportamiento de sus hijas, decidió ensenarles, con la ayuda de Dios, una
importante lección. Las llamo, “Lindi,
Numsa, Nala, vengan por favor.” Luego
les dijo, “Hijas mías, aun en las tormentas debemos vivir de tal manera que en
todo estamos agradecidas del Señor. ¿Me podrían
ustedes contra alguna cosa por la cual ustedes sienten que no le podrían dar
gracias a Dios?”
Lindi
contesto primero, “Mama, yo no puedo darle gracias a Dios cuando la vecina nos
pide que yo le cuide al hijo.” Sucedía
que la vecina tenía un pequeño de 3 años de edad quien era terriblemente
inquieto. Cuando la vecina salía de
compras le pedía a Lindi que fuera a cuidarle al niño. Además de que la vecina siempre se
tardaba mucho más tiempo en regresar de lo que le prometía a
Lindi, la muchacha tenía que estar siempre atenta a las travesuras del niño
quien siempre estaba tratando de treparse por un árbol o tirarse al pozo. “No,” dijo Lindi, “nunca estaré agradecida
por tener que cuidar al hijo de la vecina.”
Sigue
enseguida Numsa. “Mama, yo no puedo
estar agradecida con Dios cuando viene la abuela a vernos.” No era que Numsa no quisiera a su
abuela. La verdad era que la quería
mucho pues era una mujer amable y generosa.
Lo que pasaba era que la abuela vivía en un pueblo que quedaba a unos
tres kilómetros de distancia. Cada vez
que venía a visitar la familia de su hija, se acordaba que el agua del pozo en
el pueblo donde vivía no tenía buen sabor.
Por lo tanto, siempre le pedía a Numsa que llenara dos vasijas grandes
con agua del pozo, “aquí donde el agua sabe tan rico,” y que le ayudara a cargarlas de regreso hasta
su casa. La abuela estaba muy enferma de
su espalda por lo tanto Numsa terminaba haciendo todo el trabajo llevando las
vasijas llenas de agua los tres kilómetros hasta la casa de la abuela y
trayendo las vasijas vacías de regreso.
“No,” dijo Numsa, “Nunca estaré agradecida cuando viene la abuela de
visita.”
Por último,
hablo Nala. Siendo una niña pequeña sin
mucha experiencia pero una gran imaginación dijo, “Mama, yo no estaría
agradecida con Dios si me persiguiera un león.”
La verdad era que Nala nunca había visto un león ni tampoco vivían
leones por esas partes. Pero ella se
imaginaba que eso era lo peor que le podría suceder. “No,” dijo Nala, “Yo nunca podría darle
gracias a Dios si me persiguiera un león.”
Esa noche,
la mama se hinco al lado de su cama y le rogo a Dios. “Señor, te pido que tu le ese-es a mis hijas
a estar agradecidas en todo. No si como
lo harás pero sé que tu les puedes enseñar y que será una lección muy
importante para ellas.”
A la mañana
siguiente, muy temprano, alguien llego a la puerta y toco muy fuerte: toca, toca,
toca. ¿Adivinen quien era? La vecina.
Lindi todavía estaba acostada pero ya sabía lo que iba a suceder. “Vecina,” dijo la señora, “Sabe que me
vinieron visitas inesperadas y tengo que ir corriendo al Mercado para traer
algo especial para la comida. ¿Podía,
por acaso, su hija Lindi cuidarme a mi angelito?” “Lindi,” grito la mama, “la vecina te
necesita.” Lindi se levanto de muy mala
gana, quejándose en voz baja, se vistió y se fue a la casa de al lado.
Pero tuvo
una gran sorpresa al llegar allá. Sucede
que la visita era nada menos que el sobrino de la vecina quien recién había
entrado al ejército y estaba de paso a ver a su tía. Era un joven muy apuesto
con su Nuevo uniforme además de muy cortes y atento. Lindi paso una mañana de lo más agradable
conversando y riéndose con él mientras los dos entretenían y vigilaban al niño
de la vecina.
Al medio día,
adivinen quien llego de visita… La
abuela. Después de dejarle unas frutas y
un tejido a su hija, llamo a su mienta.
“¿Numsa, Numsa, podrías ayudarme a llevar dos vasijas de agua a mi
casa? El agua de este pozo sabe mucho más
rica.” Por fuera, Numsa le sonreía a la
abuela y le decía que si, pero por dentó, se enojaba y se acordaba que había
acordado juntarse con sus amigas. De
mala gana, lleno las vasijas y se fue caminando con la abuela.
Por el
camino, iban conversando y la abuela le contaba muchas historia de como había
conocido al abuelo y como era cuando ella era joven. Le conto a Numsa que el otro día, al estar
revisando sus cosas, había encontrado un anillo de marfil que le había regalado
su esposo cuando estaban recién casados.
Llegando a la casa, le mostro el anillo a Numsa y le dijo, “Mira, Numsa,
yo quiero regalarte este anillo para agradecerte por todas las veces que me has
ayudado con el agua. Nunca te has
quejado y siempre lo has hecho de buena gana.
El anillo es tuyo.” Numsa se lo probó
y le quedaba perfectamente. Le dio las
gracias a la abuela. Casi corrió los
tres kilómetros de regreso a su casa con la emoción de mostrarle el anillo a su
mama y de contarle lo que había pasado.
Ninguna niña de doce años en su pueblo tenía un anillo tan lindo como éste.
Nala salió
a jugar en la tarde con su muñeca. Ella
se entretenía sola en un arroyo seco donde había muchas piedritas. Jugaba a la casita con la piedritas y la muñeca
allí en medio del arroyo seco. ¿Se
acuerdan que les dije que había estado lloviendo? ¿Saben lo que pasa en los arroyos secos
cuando llueve mucho? Se llenan de agua
muy de repente. Pues Nala estaba allí
jugando cuando sintió algo y luego escucho un ruido. Era un rugido bajo y fuerte. ¡Cuando voltio, vio un león! Con el susto, dejo su muñeca y corrió hasta
el árbol mas cercano y se subió en un dos por tres. No había casi llegado hasta la última rama,
cuando escucho otro ruido. Era el rugir
de agua. Una ola enorme de agua venia
corriendo por el arroyo seco y en pocos minutos se llevo la muñeca, la casita
de piedra, y el león. Si Nala hubiera
estado jugando en el arroyo cuando vino el agua, se hubiera ahogado. Pero con al subirse al árbol con el susto del
león, se había salvado.
Esa noche, la mama junto a sus hijas y les
pregunto si habían aprendido algo en ese día.
Lindi, se sonrojo un poco y dijo, “Le doy gracias a Dios porque hoy la
vecina me pidió que cuidara a su hijo.”
Numsa dijo, “Le doy gracias a Dios porque tengo un cuerpo sano para
ayudarle a la abuela a cargar agua.”
Nala dijo, “Le doy gracias a Dios porque me persiguió un león, y me
salve del agua al subirme al árbol.”
Esa noche,
la mama se arrodillo junto a su cama y le dio gracias a Dios por enseñarles a
sus hijas a estar agradecidas en todo. Y
esa fue una lección que jamás olvidaron.