Edwin Markham
"Burlado" por Edwin Markam
Dibujó un círculo para afuera dejarme-
Hereje, rebelde, así de mi mofarse.
Pero el Amor y yo con ingenio ganamos:
dibujamos un círculo y lo atrapamos!
martes, 19 de noviembre de 2013
San Luis Potosí
lunes, 18 de noviembre de 2013
San Luis Potosí, México
sábado, 16 de noviembre de 2013
¡Saludos desde San Luis Potosí!!
¡Estimados y Estimadas! Les saludo en el nombre de nuestro Señor desde San Luis Potosí. Les presento a un nuevo amigo... El se llama Simri. El Señor que está en medio de nosotros es una estatua dedicada al "Señor de la taza", un personaje de a principios de siglo en San Luis Potosí quien vivía como mendigo pero quién también era conocido por poder decir la suerte.
También les mando una foto desde Nogales, Zacatecas. Allí estuve en el rancho donde mi papá realizó su primer pastorado. Me divertí mucho con Enoc (de sombrero tejano) y Emanuel. ¡Gracias a Karen por los hermosos momentos!
domingo, 3 de noviembre de 2013
¿Qué hay en un nombre?
¿Qué hay en un nombre?
Me sucedió dos veces
después del mismo culto, una vez justo detrás de la otra. Si me hubiera sucedido una sola vez, quizá
hubiera ignorado el mensaje de Dios, pero no a la segunda. Dios me recuerda de la importancia de aprender
y recordar el nombre de alguien.
Manuel se acercó
a mi justo después de la bendición final. Él es un joven abogado, bien vestido, con su
hijita en sus brazos. “He querido
decirle algo desde hace un tiempo,” me explicó.
“Recuerdo la primera vez que nos conocimos. Fue durante una campaña al aire libre. Yo era adolescente, y usted me preguntó cuál
era mi nombre. Yo le dije ´Manuel´ y a
usted nunca se le olvidó a pesar de que había muchos adolescentes en la
iglesia. “Si yo era lo suficientemente importante como para que usted recordara
de mi nombre, pensé que quizá era importante para Dios también. No nos hemos visto mucho a través de los años,
pero gracias por siempre recordar mi nombre.
Ha significado mucho para mí.”
No soy buena para
recordar nombres. Algunas personas le
contarán que se han tenido que presentar tres o cuatro veces para yo les pueda
recordar. A pesar de que yo sé que es
muy importante que se nos llame por nuestro nombre y que yo debo anhelar
recordar los nombres de las personas que se me presentan, también sé que mi
memoria es frágil. Debo reconocer que
muchas veces es el Espíritu Santo quien trae un nombre a mi memoria, pero a
veces estoy demasiado ocupada como para prestar atención.
Otro joven, vestido
en forma más humilde y con un aire del campo Chileno, se matiene de pie a un
lado esperando pacientemente que terminé de conversar con Manuel. Cuando volteo para saludarle, él toma un paso
para atrás y me pregunta, “¿Me recuerda?”
Abro el archivero mental, y reviso mis recuerdos, pero todo está en
blanco. “Soy del local de Palmera de
Cordillería.” No recuerdo nada. Entonces, después de una pausa, una voz quieta
pero potente, como la que le susurró a Elías en la montaña, me habla
despertando un recuerdo. “¡Espera! ¡No me digas! ¡Yo te conozco! ¡TU ERES DAVID!”¡Su rostro brillá como mil
soles y sus ojos se llenan de lágrimas. “¡Si!”
me responde. “¡Soy yo!” Le tomo las
manos en las mías y le pregunto, “¿Cómo estás?” Me contesta, “Hay mucho que contarle. El Señor está conmigo y estoy bien.”
Otros comienzan a
impacientarse pues también quieren saludarme, así como sucedió cuando David era
un niño. Yo había visitado el local de
Palmera de Cordillería con el Obispo hace 15 o 16 años cuando estaba ayudando a
organizar las escuelas dominicales en la Iglesia de Curicó. Por cierto que nunca he tenido la oportunidad
de volver hasta allá. El Obispo predicó
y yo compartí el sermón para niños. Los niños y los adultos hicieron una fila
después del culto para saludarnos, y un niño mi informó cuando me dio la mano, “yo
me llamo David.” “Como David en la Biblia,” le respondí. “¿Te acuerdas quién era David en la Biblia?” Pero antes de que pudiera responderme, los
adultos le movieron hacia un lado para poder ellos saludarme. David se volvió a meter en la fila, y cuando
era su turno de nuevo, me preguntó, “¿No era David uno de los discípulos de
Jesús?” Le sonreí y le dije, “Espera
aquí a mi lado un momento. Cuando
termine de saludar, conversaremos.” Me senté al lado de David y le conté la
historia de David y Goliat, de David y Jonatán y de David como Rey. Me escuchó con los ojos abiertos de
interés. Cuando ya no quedaba nadie en
el templo, les pedí al Obispo y al Guía del local que se acercaran. “David,” le pregunté, “¿has asistido a la escuela dominical?” “¿Qué es la escuela dominical?” me respondió. “¿Te gustaría que tu local tuviera una
escuela dominical?” le pregunto después de explicar lo que es. “¡SI!”
exclamó. El Obispo le informó al Guía, “¡vamos
a comenzar a tener escuela dominical en este local!”
Desde esa breve
introducción hace tanto tiempo, vi a
David una vez más. Tenía 15 o 16 años, y
esa vez me saludó diciendo, “¡Ya sé todo acerca del Rey David ahora!” Diez años más han pasado. Aun si pudiera recordar cómo era de niño o de
adolescente, él es un adulto ahora. “Quería
tanto poder verle y darle las gracias.” Sigo sosteniendo sus manos cuando él me
mira a los ojos y me dice, “Gracias por recordarme. ¡Me voy lleno de gozo!” Me abraza, y con la siguiente persona
esperando para saludarme, le pido a David, “búscame, por favor, en la próxima
reunión de la iglesia. Quiero escuchar
tu historia.” Me sonríe y afirma con la
cabeza, se da vuelta y desaparece entre los hermanos.
¿Qué hay en un
nombre? Reconocimiento, relación,
esperanza, transformación. Con dos jóvenes
adultos muy diferentes, uno detrás del
otro, el Espíritu Santo me recuerda que hay mucho en un nombre, por eso él nos
llama por nuestro nombre.
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