La pulga en el
arca de Noé
Génesis 9:12-16
Verso 13: “...he puesto mi arco iris en las nubes, y servirá como señal del pacto
que hago con la tierra.“
La pulga no tenía ninguna intención de ir de viaje, ni
mucho menos en alta mar. Vivía
tranquilamente justo detrás de la oreja de un zorrillo negro y se paseaba de
vez en cuando por la raya blanca que formaba un camino en la espalda del
animal. No era exactamente un hogar
lujoso o de gran honor, y aunque aveces soñaba con mudarse a un barrio de
categoría (como la barriga de un león), estaba contenta con tener casa y
comida. Su única queja era que de repente
su anfitrión tenía unos olores espantosos, pero en cuanto estos
desaparecían, la pulga se olvidaba de las molestias.
El
viaje comenzó sin que ella se diera cuenta.
Sucede que una mañana, justo después de que la pulga picara para su
desayuno, el zorrillo gritó y con un sobresalto corrió alocadamente por la
pradera. La pobre pulguita hizo todo lo
posible por no salir volando ni tampoco marearse con las vueltas y los
rebotes. Por fin quedó tranquilo el
zorrillo, aunque su pecho seguía tragando aire, y entonces ¡pssssst! la pulguita se tomó las narices para defenderse contra
ese olor horrible. Lo peor fue que el
zorrillo en ese momento fue atrapado en un gran saco de tela y por eso se tardó
mucho más de lo normal en dejar de apestar.
Si el
viaje comenzó mal, entre los olores y el saco oscuro, de allí empeoró el
asunto. Cuando sacaron al zorrillo del saco, lo encerraron en una jaula pequeña
la cual dejaron al lado de un par de chanchos (¡supongo que porque a ellos no
les importa que algo huela mal!) Los
primeros días, la pulga lamentaba el no poder gozar de la luz del sol ya que
parecía que en este lugar no llegaba ni el amanecer ni el anochecer. Pero después, la falta de luz era lo de
menos. Según los chismes que había oído
de otra pulga que venía de paso, había cualquier cantidad de animales
encerrados en ese lugar, y conforme pasaba el tiempo, los olores y la humedad
se tornaban realmente insoportables. Si es que antes se le había irritado la
nariz, ahora casi se desmayaba con cada respiración. Además había comenzado un movimiento
constante donde todo se balanceaba hacia
arriba y hacia abajo, y dejaba a la pobre pulguita con el estomago revuelto y
los ojos saltones. El zorrillo quedaba
cada día más flaco pues le daban de comer solo lo necesario para vivir. Claro
que la pulguita también se vio forzada a ponerse de dieta.
Le
parecía que los problemas nunca acabarían.
Estaba seguro de que ya habían pasado por lo menos cuarenta días, hasta
quizá cuarenta meses, sin que mejoraran las cosas. Pero justo cuanto la pulga
se iba a dar por vencida y había empacado su maleta para salir en búsqueda de mejor situación, paró
de subir y bajar. En poco tiempo,
sintió cuando levantaron la jaula, y chilló al cerrar los ojos pues le dolían
con la luz de sol. En un dos por tres,
el zorrillo se escapó y se puso a rebuscar alimentos entre las nuevas hojas y
la tierra aun mojada. La pulga se dio
cuenta que la vida pronto regresaría a lo que era antes y que una vez más
disfrutaría de ricos desayunos y tranquilos paseos por la espalda de su
anfitrión. ¡Por cierto, nunca más se
quejó de los olores!
Pero no
crean que este cuento termina aquí. ¡No!
La verdad es que la pobre pulguita nunca se dio cuenta que participó de
un hecho recordado hasta hoy día. Fue
parte de la promesa de Dios a todos los seres vivientes de la tierra. Dios
prometió que nunca más cubriría la tierra entera con agua y esa promesa la
selló con un hermoso arco iris. Algunos
dirán que fue por pura casualidad o suerte que una pulga viajara en el Arca de
Noé, pero también cuentan por allí que cuando se reúnen las pulgas a comadrear, no se olvidan de aquel abuelo suyo que
sobrevivió la gran inundación. Y ellas
dicen que por más pequeñas que sean, son parte también del plan perfecto de Dios.
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